“Atrévete a ser tu mismo y encontrarás la libertad”. “Cuando juzgas a otro, no los defines a ellos, te defines a ti mismo”, “Aprecia lo que tienes, antes que se convierta en lo que tuviste”, “Si quieres, puedes”.
Son algunas de las citas que he encontrado recorriendo el Facebook justo antes de escribir este post. Citas que nos recuerdan cómo tendríamos que ser o que tendríamos que hacer. Frases que apelan a algo que todavía no somos y que muchas veces nunca seremos. Son recordatorios de aquello que a veces ni nos gusta de nosotros mismos.
Son citas “posteadas” con la mejor de las intenciones por alguien que como nosotros mismos, también sucumbe bajo la imperfección del día a día y de todos aquellos pequeños o grandes enfados, envidias, desesperos o tristezas que nos acechan y asaltan a medida que avanzamos por la vida
Pero como decía, se pueden convertir en recordatorios de lo lejos que estamos de aquello que los gurús, sabios y pensadores nos dicen que es el camino a seguir. Y es que del mismo modo que el pensamiento positivo, en ninguno de los casos nos dicen como hacer, sólo que hacer.
Me levanto por la mañana y me doy cuenta que la báscula se entozudece en que he aumentado de peso a pesar de sacrificar todas esas suculentas cosas que hacen más pasable mi día a día y la desesperanza que me transmiten las noticias de la tele. Una realidad fuera de mi alcance pero que me afecta crudamente, a mí y a los de mi entorno.
Voy al trabajo un día más para encontrarme las mismas caras con los mismos problemas. La misma apatía, el mismo pesimismo, el mismo pasotismo. Y vuelvo a releer ese libro de la biblioteca con páginas reblandecidas por el uso donde me dice que la realidad la construimos nosotros y que por lo tanto, yo tengo el poder de sentirme bien. Que puedo atraer aquello que quiero a mi vida, pero de momento, lo único que tengo es una rodilla que se queja cuando subo escaleras, una hipoteca que no sería un problema si no tuviera que pagar también el material escolar de los niños y unos kilos de más.
No he vivido una situación de transformacional vital, nunca he tenido que vivir bajo un puente, no he sobrevivido a un accidente aéreo o tengo una discapacidad severa. Soy una persona normal, con problemas del día a día. Y este libro me habla de ejemplos increíbles que se escapan de mi entorno, de mis amigos y familiares en el paro con los que hablo los domingos en el bar de la esquina.
Las citas pueden ser interesantes y hasta reveladoras, pero es el día a día, los pequeños desafíos y cambios en nuestros hábitos los que van a permitir un avance. Aunque muchos quieran hacernos creer que los cambios son rápidos y fáciles, al menos mi experiencia me demuestra que cambiar es un trabajo de artesanía, de paciencia, de constancia, donde no hay atajos pero seguramente tampoco imposibles.
El mejor medidor de éxito es uno mismo y no los demás o sus ideas, y que con herramientas adecuadas (en mi libro El Arte de Conseguir lo Imposible presento algunas pero hay muchas más) y fijándose pequeñas metas de cambio personal, se pueden conseguir victorias que quizás para muchos no sean destacables pero que honestamente, no importa.
No quiero estar sometido a la tiranía del “Si quieres, puedes” porque simplemente me somete a demasiada responsabilidad, a demasiada presión. Prefiero pensar que si quiero podré ir cambiando con mis altibajos, con mis retrocesos y con mis abandonos y que eso sólo me hace ser un humano normal y corriente. Que aunque quiera cambiar, no tengo que tomar todo la responsabilidad de golpe.
Yo no quiero pensar que todo lo que me pasa es porque yo lo atraigo o que si no tengo lo que deseo es porque no quiero. Es demasiado duro para mí. Quiero pensar que no sé todavía como cambiar pero que aprenderé. Pero por favor, sin presiones innecesarias. Ya lo haré. No importa cuando, importa hacerlo.