¿Te has preguntado alguna vez qué tenemos en común todos los seres humanos?
Seguramente existirán varios aspectos, pero uno de los más importantes es nuestra habilidad y necesidad de comunicarnos. La comunicación nos permite trabajar, sociabilizar, cuidar de los demás, crear y soñar, ¿Pero qué es realmente comunicarse?
De hecho, el modo en que creemos que funciona la comunicación también es la principal fuente de problemas que tenemos los seres humanos y por eso, la PNL o Programación Neurolingüística nos ofrece una solución.
Probablemente, te enseñaron en la escuela que para que dos personas se comuniquen se necesita un “emisor”, un “receptor”, un “canal”, un “código” y un “mensaje”. Así, y siguiendo este modelo, tú serías el emisor, tú amigo el receptor, el canal sería el uso de la expresión oral a través de las palabras y diferentes sonidos, el código sería la lengua en la que te expresas y finalmente, el mensaje sería lo que estás comunicando.
¿Pero es realmente así de simple? Este modo de ver la comunicación nos hace creer que hay un sujeto activo (el que habla) y uno prácticamente pasivo (el que escucha). Dicho de otro modo, casi parecería que para que yo pueda comunicarme con alguien y convencerlo, sólo tuviera que hablar de modo que mi interlocutor me pudiera entender. Como si fuera una caja vacía esperando a ser rellenada. Pero, si fuera así, ¿Por qué tenemos tantos problemas para entendernos?
Déjame que te ofrezca la versión alternativa desde la Programación Neurolingüística a este modo de ver cómo nos comunicamos.
Imagínate que nuestro amigo A quiere comunicarse con su buen amigo B. Quiere convencerle de lo mucho que le van a gustar unas vacaciones en un lugar tropical. Él tiene una muy clara idea de lo que quiere: En su cabeza recuerda la última vez que estuvo en Centro América y lo bien que se lo pasó recorriendo las selvas y viendo sitios arqueológicos espectaculares. Tiene todo el detalle de esos lugares en forma de imágenes, recuerda los sonidos de la selva, el calor y la humedad, los olores y hasta el sabor de los platos. Y con eso en la cabeza le dice a su amigo B: Oye, ¿Te apetece ir de vacaciones conmigo a un país tropical?
En ese momento B piensa en esas playas de arena blanca, aguas azul turquesa, en una hamaca entre dos palmeras cocoteras y una caipiriña en su mano mientras una suave brisa marina le refresca.
En este crítico momento de la conversación, ni A conoce en lo que está pensando B, ni B en lo que está pensando A ¡Pero los dos piensan que es lo mismo! B simplemente dice: ¡Guau! ¡Puede ser una experiencia increíble! ¡Me encantan los países tropicales! Mientras recuerda las veces que ha estado en hoteles de los de “todo incluido”. Y añade: “Sobretodo, me gusta poder hacer muchas actividades” Mientras piensa en el parapente remolcado por la lancha, las fiestas nocturnas, el snorkeling y todo aquello que se puede hacer dentro de un súper hotel.
Pero nuestro amigo A al oír la palabra “actividad” a su vez, genera un escenario donde se ve cruzando junglas espesas a la búsqueda de esos restos de civilizaciones perdidas y durmiendo en poblados de la zona. Esto huele a tragedia, ¿No crees?
Y es que los seres humanos partimos muchas veces, del supuesto inconsciente de que lo que estamos pensando se transmite perfectamente a través de las palabras. El modelo de comunicación de la PNL nos explica que aquello que nos representamos en forma de imágenes, sonidos, sensaciones, olores o sabores en nuestra cabeza muchas veces tiene poco que ver con lo que acabamos diciendo.
Cuando nos preguntan cómo nos gustaría pasar un fin de semana, simplemente decimos: “descansando” pero está claro que no te vas a pasar el fin de semana en la cama, ¿verdad? Y es que cuesta mucho poder describir lo que pasa por nuestra cabeza. Pruébalo tú mismo: Intenta describirle a alguien como es el color rojo, tu canción favorita o el sabor de un plato exótico. ¿Te das cuenta? Sin mostrar el color, sin tararear la canción o sin evocar a platos parecidos, es muy difícil explicar nuestras experiencias.
Del mismo modo, asumimos algo igual de arriesgado, y es que las palabras que utilizamos para hablar de algo que nos representamos en nuestra cabeza, generarán la misma representación en la cabeza del otro.
El ejemplo clásico que se da para ilustrar esto, es preguntando a varias personas en qué piensan cuando se les habla de un perro. Cuando piensan en perro, para algunos es un animal grande, otros pequeño, blanco, negro, para otros es el sonido de sus ladridos, para otros el tacto de su pelo, etc.
Cada persona genera sus propias representaciones a las palabras que utilizamos. Por lo tanto, si resulta que A está pensando en algo que no expresa con claridad y B genera algo en su cabeza a partir de lo poco que le dice A, si B no comprueba que aquello que se imagina tiene que ver con lo que A le ha dicho y A hace lo mismo, el riesgo de mal entendidos está servido.
Piensa ahora en la de veces que nos comunicamos así. Ahora añade palabras como “responsabilidad”, “respeto”, “confianza”. ¡El riesgo de mal entendidos aumenta a medida que las palabras se vuelven más abstractas!
Comunicarse no sólo es hablar bien o mejor. Comunicar implica saber si lo que estamos comunicando encaja con lo que estamos pensando y si aquello que queremos comunicar está siendo entendido por parte de nuestro interlocutor. Por otro lado, comunicar también implica ajustar lo que nosotros estamos diciendo a partir de lo que la otra persona está entendiendo.
En esta nueva manera de ver la comunicación ya no hay un receptor y un emisor, sino hay dos receptores y dos emisores que se van influyendo. Entender cómo eso pasa es fundamental y por eso la PNL es tan valiosa para ayudarte a que ese baile entre las dos partes, sea mucho más fluido y que por lo tanto, ya no pienses en sólo comunicarte mejor sino en que los dos os podáis comunicar mejor.