El Secreto y La Ley de la Atracción son signos de nuestros tiempos. Han aterrizado en nuestra cultura para convertirse en una substituto a las religiones pero comparten con estas una estructura muy parecida.
Cuando hablamos de La Ley de Atracción, estamos hablando de una corriente de pensamiento que proclama que los seres humanos interaccionamos con nuestro entorno de manera macroscópica (personas, animales, objetos) pero que también podemos relacionarnos a nivel atómico o subatómico (el nivel de las partículas más elementales).
Según esta teoría, las reglas que aplican al nivel macroscópico no lo hacen en el subatómico, hasta el punto que mientras en el primero, no podemos modificarlo sólo con el pensamiento (pienso en que quiero que la mesa de mi comedor sea azul, y se convierte en azul), el segundo podemos aplicar nuestra “consciencia” (al parecer, es algo así como nuestra intención de querer algo) para afectar el campo cuántico (el universo donde los átomos interactúan entre ellos) y de este modo, acabar afectando nuestro mundo macroscópico. Resumiendo: que si quiero que algo se “materialice” debo poner mi intención y “atraerlo”.
Esta ley y sus sagradas escrituras: “El Secreto” lleva años siendo un éxito y para mí las razones son claras. Tradicionalmente, las religiones mayoritarias hablan de un “ser superior” capaz de afectar a nuestro mundo real, y responsable de todo lo que pasa en este. Pero al mismo tiempo, ese “ser superior” es permeable a los designios de los que viven en el mundo real, siempre que se cumplan ciertas condiciones normalmente fijadas por un libro de referencia o por interlocutores autorizados (monjes, curas, rabinos, imanes).
Este modelo, donde existe un elemento superior claramente antropomorfizado (sin llegar a los extremos del señor de la barba blanca, pero se le atribuyen cualidades bastante humanas como la de escuchar, tomar decisiones, diferenciar entre el bien y el mal, enfadarse, tener misericordia…), con decisiones a veces difíciles de entender (guerras, catástrofes, hambrunas,..) y con un montón de reglas a seguir dictadas y supervisadas por una élite religiosa, empieza a mostrar signos de fatiga en la cultura más occidentalizada.
En este contexto es donde se recoge una idea ya existente (Paulo Coelho ya hablaba de algo parecido en su libro “El Alquimista”), y se le hace un “tuneado cuántico” poniéndolo al día con una versión pseudocientífica aprovechando una de las disciplinas de la física más densas, controvertidas, complejas y al mismos tiempo con cierto punto de misticismo como es la física cuántica, pero simplificándola hasta casi lo absurdo para que pueda ser comprendida para la mayoría de nosotros que no hemos nacido con un cerebro como el de Heisemberg, Pauli, Dirac, Schrödinger y otros científicos en los años 20 se encontraron con un universo nuevo que hasta el mismo Einstein se negaba a aceptar al principio.
Con una “física cuántica para dummies” bajo el brazo, un conjunto de avezados “pensadores” y de expertos en marketing, vieron la oportunidad de substituir a un Dios caprichoso pero con poder sobre los humanos, en un universo cuántico objetivo y compuesto por reglas físicas. Convirtieron el acto de pedir a través de oraciones esperando ser escuchadas en un procedimiento donde el poder está en el ser humano (eso sí, previo descubrimiento y entrenamiento en dicho procedimiento por parte de una élite ya iluminada), y que si no consigue aquello que quiere no es porque no lo quiera el Universo (porque el universo cuántico es objetivo y sin voluntad propia) sino porque no se ha aplicado correctamente el procedimiento.
Para mí, sea religión de hace 2000 años o de hace 20 años, sigue siendo pensamiento mágico. Es decir, es ese pensamiento donde no se puede entender todo, pero se esperan resultados que trascienden a la persona a través de unos mecanismos que no hacen falta entender en su totalidad para que funcionen.
Y es el que pensamiento mágico parece que ha acompañado a nuestra especie desde el inicio de nuestra historia y que cumple con la necesidad de poder dar explicación a aquello que no entendemos o que aparentemente parece aleatorio.
Nuestro cerebro es una máquina de crear patrones, es decir, estamos diseñados para ver causas y efectos por todas partes. Si entendemos que ha causado que, luego podremos prever que pasará si hacemos algo más. Es decir, si yo le digo a Juan que no voy a poder ayudarlo y Juan se enfada, yo voy a pensar que es porque no le he ayudado, por lo tanto la próxima vez si quiero que no se enfade lo voy a ayudar.
Crear reglas sobre el mundo que nos rodea nos es sumamente útil, ya que podamos calcular acciones para obtener resultados (“si trabajo duro lo conseguiré”, “si ahorro tendré dinero”) y saber (o creer saber) lo que va a pasar nos da tranquilidad.
Pero este mundo está aparentemente lleno de sucesos que trascienden nuestra comprensión (accidentes, pérdidas del puesto de trabajo incomprensibles, fallecimientos inesperados, crisis económicas globales…) y que nos hacen dudar de nuestra capacidad de calcular que va a pasar en el futuro.
En la antigüedad se solucionaba con un Dios que aunque caprichoso o inescrutable, le daba sentido a las cosas que pasaban. Luego apareció la ilustración y los científicos, los economistas y hasta los psicólogos intentando dar una racionalidad a lo que pasaba en nuestra realidad, pero la verdad es que cuanto más escrutan en la realidad los expertos, más compleja y aparentemente caótica parece, y especialmente por su incapacidad de dar una respuesta a la pregunta “¿Por qué?”.
Es por estos motivos que parece que ahora se ha encontrado un equilibrio entre el pensamiento mágico y el pensamiento más científico con La Ley de la Atracción, pero en definitiva, sigue siendo un pensamiento mágico ya que toda la teoría que hay detrás no es comprensible para ninguno de los que la siguen, y como pasa con las religiones, se le deja a una élite la total comprensión del funcionamiento de esa realidad.
La Ley de la Atracción y su manifiesto “El Secreto” son ejemplos de la necesidad del ser humano de querer entender porque pasan las cosas y al mismo tiempo de la necesidad de pensar (aunque quizás sea una ilusión) que se puede tener un control sobre nuestro entorno.
Para mí, más que pensar que podemos materializar lo que queremos gracias a complejos procesos cuánticos, prefiero pensar que nuestro universo está lleno de miles de millones de posibilidades que están a nuestro alrededor pero que si no nos enfocamos en lo que queremos, simplemente no las vemos.
Cuando estás embarazada o tienes alguien cercano que está embarazado de repente empiezas a ver embarazadas por todas partes, pero eso no es porque “las atraigas” sino porque tu mente se enfoca a un tipo de información. Es como estar en una estación mirando al horario mientras por detrás de ti pasan continuamente trenes. Tu no te das cuenta porque estás enfocado en otra cosa, pero cuando te giras por que quieres subirte en uno, llega el tren y piensas que ha sido porque lo has atraído. ¿No es más fácil pensar que has puesto la atención en lo que querías y has empezado a ver los trenes en vez de pensar que has modificado el campo cuántico para que llegara uno?
Bien, yo creo que en la vida, si te enfocas vas a poder ver todas esas oportunidades que ya están ahí, o crearlas a través de una actitud adecuada interesando a las personas, persuadiéndolas, influyéndolas. Si hay alguien que a ese proceso de generar un objetivo, enfocarse en él, buscar oportunidades e influir sobre las personas de su entorno le quiere llamar “generar una atracción cuántica” me parece bien, pero para mí la otra versión es más sencilla. Eso sí, sin pensamiento mágico, claro.