Hoy en día está más de moda que nunca la actitud. La actitud nos acompaña en la radio, en la tele y en los libros de la mano de gurús que nos regañan a golpe de ironía por no tener la actitud adecuada. Por sus palabras parece que tengan la solución a todos los problemas de nuestra época: “Sé valiente”, “sé positivo”, “ponle buena cara a la crisis”. Algunos lo dicen desde su puesto asegurado en alguna universidad privada, otros desde plataformas digitales y atuendos diminutos.
Desde los tiempos de Napoleon Hill y su “piense y hágase rico” hasta los nuevos gurús del éxito, siempre me ha fascinado esta facilidad de decirle a la gente lo qué tiene que pensar o hacer pero no contarles cómo cambiar. Pareciera que la actitud a tener delante la vida fuera sólo fruto de una decisión. Es algo así como decir que el que no es optimista no lo es porque así lo ha decidido y el que no cambia es porque no quiere. Tengo que decir, que al escuchar estas cosas se me ponen los pelos de punta y debo utilizar mis herramientas “penelísticas” para que no me salgan erupciones cutáneas. ¿Por qué? Porque es terriblemente injusto decir estas cosas.
La actitud no deja de ser un modo de ver el mundo, y ese modo de ver el mundo no se escoge conscientemente muchas veces. Nuestra mente y los procesos de aprendizaje son muy inconscientes y desde que nacemos absorbemos grandes cantidades de información de nuestro entorno.
Básicamente, aprendemos o a través de nuestras experiencias o a través de lo que nos creemos de los demás. Nuestro entorno lo es todo cuando somos pequeños. Padre, madre, abuelos y amigos constituyen nuestra primera toma de contacto con el mundo. Estas primeras experiencias con el mundo, ayudan a fijar modos de pensar, habilidades mentales y emocionales, creencias y valores.
No hace mucho leía como el mayor éxito de niños que iban a escuelas privadas, no era tanto mérito de la escuela, como de la correlación entre padres con una mejor educación, mejores carreras profesionales y un cierto modo de creer cómo es el mundo. Cuando escucho a gurús forjados en escuelas de pago, me pregunto si saben cómo es crecer y vivir en un barrio humilde de clase obrera donde el paro llega al 40%. Es muy fácil hablar de éxito desde el barrio de Salamanca o Sarriá.
Y es que en todas partes pueden haber padres que inculquen a sus hijos creencias y valores que les pueden ayudar a superar muchos obstáculos en su vida, pero también es verdad que puede llegar a ser un poco más fácil o en un entorno donde la mayoría han conseguido un mayor éxito profesional.
Uno de los casos más ilustrativos, es el de Ben Carson, un neurocirujano americano que optó a presidente de los EUA. Su padre abandonó a su madre, a su hermano y a él cuando tenía 8 años. Su madre tenía 3 trabajos diferentes para poder sobrevivir y un buen día, mientras hacía las labores del hogar en una casa de gente adinerada se dio cuenta que tenían muchos libros y cuando volvió a casa, prohibió la televisión y dedicó sus esfuerzos a que sus dos hijos leyeran.
A más de uno le deberían dar clases de resiliencia los que inquebrantablemente siguen buscando trabajo, aquellos que ahorran hasta el último euro para que sus hijos puedan cenar y los que no desfallecen cuando los echan de sus casas.
¿La actitud se escoge? Sí claro, cuando se tiene las herramientas para hacerlo y el entorno ayuda también un poco. Leía el artículo de una psicóloga que decía que no se puede ser feliz si la situación no te acompaña. Yo creo que sí se puede si se sabe cómo. La actitud se nace con ella o se aprende, pero no se puede exigir. Nuestro cerebro no es sólo racional.
La memoria episódica guarda recuerdos de muchas situaciones que contradicen a la razón y pueden prevalecer sobre ésta. Puede ser tranquilamente, que dentro de nuestro cerebro, tengamos centenares de experiencias, algunas de ellas quizás muy dolorosas que contradicen el “pon buena cara a la vida y esta te sonreirá”. Y cuando las experiencias tienen una componente emocional muy alta es cuando las personas dicen: “Sí, si yo te entiendo, pero hay algo dentro de mí que no me deja”.
Yo me dedico al negocio de ayudar a los demás a que piensen de un modo diferente, pero precisamente por este mismo motivo sé que no se le puede pedir a alguien que lo haga si primero no tiene las herramientas para ello. Al fin y al cabo, Napoleon Hill sí vino de una familia humilde, pero sólo se hizo famoso cuando el multimillonario magnate del acero Andrew Carnegie lo apadrinó y pudo entrevistar a otros “chicos del club de los ricos”.
¿Actitud? Sí, seguro, pero también tuvo suerte. Bueno, quien sabe, quizás lo atrajo a su vida… o no…