¿Te has preguntando alguna vez por qué los seres humanos tenemos esta necesidad de pensar que hay un ser superior? ¿Alguien que nos vigila y nos protege? Yo personalmente, lo he hecho muchas veces y a unas de las conclusiones a las que he llegado es que esta necesidad tiene que ver con lo que los psicólogos se refieren como Locus de Control.
Este término fue acuñado por Julian B. Rotter para describir un rasgo de la personalidad. Rotter diferenciaba entre Locus de control Externo e Interno. El locus de control nos habla de donde la persona atribuye la causa de los hechos que le sucede.
En ese sentido, una persona de locus externo cree que lo que le pasa tiene que ver con el azar, es debido a terceros o hasta a fuerzas que escapan a él mismo. Un locus interno, buscará la razón de lo que pasa y consigue, a sus propias acciones y pensamientos.
Pero, ¿Qué tiene que ver esto con un ser superior, con la PNL o con el secreto?
En mis cursos de PNL hablo de qué todos tenemos una zona de influencia percibida. Es decir, yo no creo que existan personas de locus externo o interno, sino que cada uno de nosotros leemos la realidad de un modo diferente.
De este modo, nuestra zona de influencia se define como aquel espacio en el que sentimos que tenemos cierto grado control para generar el resultado esperado, mientras que fuera de esta zona, no hay nada que podamos hacer para conseguir resultados diferentes.
Visto así, cada uno tenemos un locus externo e interno diferente que variará según lo que creamos sobre nuestra zona de influencia.
Esta zona de influencia percibida es muy importante, ya que cuanto mayor sea, más voy a pensar que con mi esfuerzo voy a conseguir lo que me proponga. Por ejemplo, si creo que soy capaz de convencer a un número de personas para que se unan a mi proyecto, luego creeré más en que dicho proyecto pueda salir bien.
Si además creo que los puedo motivar, hacerlos leales y resolver los conflictos que se puedan crear, pues todavía más certidumbre voy a tener sobre el éxito.
Pero podría pensar que el éxito no depende sólo de mí, sino de que haya clientes dispuestos a comprar. Si creo que puedo llegar a ellos y venderles mi producto, luego mi percepción de influencia aumenta. Si al contrario creo que no, que el mercado es libre y que sólo puedo esperar a que los clientes les gusten mis propuestas, luego mi zona disminuye.
Esto supone un problema, ya que a nuestros cerebros les gusta poder predecir el futuro. Saber que va a pasar lo que nosotros queremos, nos hace sentir motivados y sobretodo, seguros. Además, nos permite tomar decisiones. Al fin y al cabo, una decisión se toma entre dos opciones futuras.
La certidumbre es un aspecto que rige nuestras vidas. Hace decenas de miles de años, antes de llevar a cabo una acción, necesitábamos saber que esa acción saldría bien. Ya fuera comer o pelearse con otra tribu, gastar más energía de la que se va a consumir por perseguir un animal o pelearse con alguien más fuerte que tú, podía suponer la muerte.
Por este motivo, nos gusta sentirnos seguros cuando pensamos en lo que va a pasar. Es parte de nuestro instinto de supervivencia.
Pero el mundo es un lugar peligroso e inestable. Las amenazas acechan por todas partes y a veces nos sentimos insignificantes delante del poder de la naturaleza.
Un ser todopoderoso o al menos más poderoso que nosotros, nos da el acceso directo a una zona de influencia mayor que la que tenemos por nosotros mismos y esto nos da esperanza y por supuesto, certidumbre.
En cierto modo, las plegarias son nuestro modo de invocar una zona de influencia mayor.
Aunque creer en un ser superior nos pueda dar un concepto de trascendencia, de sentido en la vida, de conexión con el todo, también nos da más certidumbre. Queremos pensar que formamos parte de un plan divino, de algo mayor que nos tiene en cuenta.
Pero, ¿Y el secreto y su ley de la atracción?
En el mundo occidental, el cristianismo ya no consigue responder a las inquietudes de las nuevas generaciones, pero la necesidad de sentir que podemos influir en este mundo tan grande sigue intacta.
Ya Paolo Coelho, nos hablaba en su famoso libro El Alquimista, que se trataba básicamente de entender que le podíamos pedir cosas al Universo, para que estas pasaran. Ahora es el Universo el que reemplaza a la figura del ser divino para ayudarnos con aquello que parece que se escape de nuestras posibilidades.
Años después, apareció el libro El Secreto y planteaba que lo que hacía que el Universo colaborara, no era nada más ni nada menos que una supuesta ley cósmica llamada Ley de la Atracción.
Aunque, dicha supuesta ley esconde un intento más que cuestionable de darle un tinte científico utilizando teorías de la física cuántica, no deja de ser una evolución de la idea del señor Coelho que era a su vez, un intento de modernización no religiosa del concepto del ser divino.
Pero, ¿Puede existir una ley de La Atracción?
La idea detrás de esta ley es que si se dan unas premisas básicas, aquello que piensas lo puedes atraer a tu vida. De ahí, que los seguidores de dicho culto abogan a ultranza por el pensamiento positivo. De otro modo, atraerías cosas no deseadas a tu vida.
Cualquier ley debería estar formulada sabiendo que es una hipótesis imperfecta y con el objetivo que intente describir la realidad con la mayor precisión posible y sobretodo, siempre pendiente de poder ser refutada.
Sólo escuchando a sus profetas, enseguida queda claro que dicha ley no cumple con los requisitos establecidos en el método científico y que requiere de pruebas de fe más cercanas a un culto que a una ciencia.
Es lógico, ya que la ciencia tomada estrictamente, se mueve en un mundo donde todo es provisional y hasta cierto punto, relativo e incierto.
Y para poder expandir tu zona de influencia más allá de tus posibilidades terrenales, necesitas creer a ciegas que ese poder superior a ti, no falla nunca. Siempre que se cumplan las condiciones adecuadas (ser buena persona, rezar, o desear algo adecuadamente), claro está.
A pesar de que sus defensores la consideran inmutable, lo cierto es que hay muchas evidencias que no le juegan mucho a su favor.
Si esta ley funcionara así, este mundo no tendría la inmensa mayoría de su población viviendo en absoluta pobreza, ni habría desastres naturales, ni accidentes, ni gente enferma. A no ser que aceptemos, que toda esta gente lo ha atraído a su vida.
La otra posibilidad es que se tengan que realizar un conjunto de pasos para invocar dicha ley. En ese caso, y si es tan poderosa, ¿Por qué no ofrecerla abiertamente al mundo?
Pero suponiendo que fuera verdad que debido a las fluctuaciones cuánticas de los electrones, fotones gemelos o de saltos entre universos múltiples, podemos atraer sucesos específicos a nuestra vida, ¿No cabría una explicación más simple?
Te propongo un pequeño ejercicio mental: Imagínate que estoy en una estación de tren, pero que no sé qué hacer con mi vida. Puedo estar distraído, mirando a los pájaros pasar, a mi teléfono o simplemente sumergido en mis pensamientos. Quizás, hasta no sepa qué quiero exactamente.
En este caso, probablemente estaré despistado y pasarán trenes que yo no veré, o será demasiado tarde para entrar en ellos. Ciertamente, si no ponemos a nuestro cerebro a trabajar en un objetivo, hay menos posibilidades de que consigamos algo.
Pero ahora imagínate que tengo un objetivo claro, que creo que puedo influir sobre él, que creo que se requiere trabajo y planificación conseguir lo que quiero. ¿No va a ser más fácil conseguir subir en el tren que quiero? Voy a mirar los horarios, voy a planear mis tareas, voy a mirar hacia el andén…
¿No es un poco más simple como explicación, pensar que la vida es como una estación de tren donde constantemente pasan muchos trenes y que si estamos en la actitud adecuada los podemos aprovechar, que pensar que soy yo que con mi fuerza mental hago que aparezca el tren?
El mundo está tan repleto de personas y oportunidades que es como lanzar una bola en un entorno repleto de ellas. Es difícil no darle a una. Siempre puedes pensar que has sido tú quién has atraído a la otra bola por una fuerza invisible o pensar que has generado las condiciones necesarias para que tu bola fuera en la dirección donde están las demás.
Nuestro locus de control interno aparece otra vez cuando en nuestra vida no estamos consiguiendo lo que queremos. El fracaso implica dos opciones básicas: O has sido tú que no eres lo suficientemente hábil o es tu entorno que no permite que eso suceda.
Delante de esta dicotomía, nuestro cerebro tiende a salvaguardar nuestra competencia y por lo tanto, nuestra autoimagen poniendo el locus de control en el exterior. En ese caso las expresiones que puedes escuchar son del tipo: “Ahora no era el momento”, “Si no se tenía que dar, no se tenía que dar”, “Dios no lo quiere así”, “El universo me tiene reservado algo mejor”.
¿Y la PNL que dice?
La PNL es una herramienta que presupone un locus de control interno y por lo tanto, es opuesta a la propuesta del secreto o a la religión.
No es que vaya en contra, es que simplemente se enfoca al ser humano y no considera nada que no pueda ser cambiado por el propio individuo.
Dicho de otro modo, la PNL se dedica a trabajar en nuestros procesos internos, en evaluar nuestra zona de influencia y en pensar cómo a través de lo que hacemos, la podemos expandir.
La PNL también nos enseña a tomar más consciencia de aquello que hacemos, pensamos y sentimos y cómo afecta a la consecución de objetivos, de modo que en el caso de no conseguir lo que se esperaba, se pueda analizar, corregir y mejorar.
Entiendo lo reconfortante que es pensar en un poder superior que haga parte del trabajo por nosotros, pero también le veo el riesgo de no acabar de asumir la suficiente responsabilidad para que en el mundo terrenal hagamos lo que se requiera para cristalizar nuestros deseos.
También veo un riesgo en poner el locus de control tan externo que a la hora de conseguir nuestros objetivos, no aprovechemos la oportunidad para auto evaluarnos y mejorar sistemáticamente.
Dicho esto, cada uno es libre de pensar en lo que quiera y hacer lo quiera. Yo personalmente, prefiero enfocar mi locus de control hacía mí y mi entorno inmediato para mejorar continuamente, y si hay alguna ley que haga que suceda lo que uno desea, pues bienvenida sea.
¿Qué podemos hacer?
Lo que podemos hacer es poner a funcionar el cerebro a nuestro favor.
- Definir el objetivo. La definición clara de un objetivo activa a nuestro cerebro para reclutar recursos. Nuestro cerebro tiende a preservar energía a no ser que tenga un objetivo claro.
- Identificar mis ideas sobre el mundo. Nuestras propias ideas sobre lo que se puede y no puede hacer, sobre lo que nosotros como individuos podemos hacer o sobre los recursos que tenemos, afecta a nuestra certidumbre sobre los resultados y a nuestra motivación.
- Crear estrategias de motivación sólidas. Los resultados aparecen después de una inversión de tiempo y energía. Para ello, es bueno tener modos de motivarse.
- Resistencia al fracaso. Entender que en un proceso de cambio, el error es casi inevitable y que forma parte del aprendizaje.
- Una buena actitud. Ser agradable y estar abierto a las personas, provoca en los demás una activación de sus neuronas espejo y se sienten mejor a nuestro lado y más dispuestas a actuar.
- Comunicación eficaz. Poder transmitir nuestro mensaje de manera que llegue a los otros y de este modo, nos ayuden en nuestro proyecto.
- Toma de decisiones. Saber cuándo empezar, parar, seguir o revisar el plan actual.
Insisto que cada uno puede pensar en lo que más le convenga, pero poner el locus de control en lo externo, puede a veces, no ser la opción más útil. De ahí que la PNL, se enfoque en todas las habilidades que hagan que tú seas tu propio “secreto”.