Es posible que en algún momento de tu vida, hayas notado como tu cara se iba poniendo roja cuando estabas hablando con alguien en particular, ante varias personas conocidas o desconocidas, de un tema del que no sabías mucho, o en cualquier circunstancia en la que no te sentías muy segur@ por el motivo que fuera. Lo que suele suceder en estas ocasiones es que conforme vas notando el calor en tu cara o en el cuello, tu respiración se acelera, tu corazón palpita con fuerza y esa sensación se intensifica cada vez más hasta que llega un momento en el crees que todo el mundo se está dando cuenta de que te has puesto roj@ y te sientes mal.
Es habitual que las personas que se encuentran ante una situación que les genera estrés y sufren determinadas consecuencias, se pregunten así mismas ¿Por qué? O ¿Por qué a mí? Adquiriendo una posición de indefensión que si se mantiene en el tiempo puede llegar a convertirse en una creencia limitante, generando una serie de respuestas físico-mentales automáticas que son difíciles de gestionar, si no se sabe cómo hacerlo.
Pero ¿Por qué unas personas se ponen rojas y otras no? Lo que acostumbra a suceder es que las personas que se ponen rojas, procesan la información que les viene del exterior a través de los sentidos de manera diferente a las que no lo hacen. A simple vista parece algo evidente pero veamos qué sucede en nuestro cerebro para apreciar las diferencias.
El primer lugar cuando nos encontramos ante un estimulo que percibimos como amenazante, nuestros sentidos envían información al cerebro y este la procesa de manera automática. Esta información se envía por duplicado, por un lado se pre-activa el cuerpo y se prepara para la acción mientras el Neocortex procesa los estímulos para determinar (en base a conocimientos o experiencias pasadas) si debe mantener el estado de alerta y pasar a la acción o por el contrario volver al estado inicial porque ha sido una “falsa alarma”. Este proceso es tan rápido que a excepción de aquell@s que han sido entrenadas para ello, la mayoría de las personas no son conscientes de sus reacciones ante situaciones que perciben como amenazantes, hasta que las consecuecias físico-mentales son muy evidentes y afectan a su rutina diaria.
Si tenemos en cuenta este proceso, podremos observar cómo habrá personas que en el momento en el comienza a cambiar el color y temperatura de su piel, como reacción natural ante una situación estresante, su cerebro puede interpretar que la amenaza externa continúa, ya que no recibe ninguna señal externa o interna que indique lo contrario. Si a esto añadimos el diálogo interno y las representaciones mentales que se esté generando en ese momento, nos encontramos en un “Bucle Perceptual” del que es difícil salir.
Una de las claves para minimizar este proceso es ser consciente de qué está pasando en tu cabeza antes, durante y después de un episodio en el que te hayas puesto roj@ y una vez lo hayas analizado y seas consciente de qué pasa y cómo pasa, tendrás la capacidad de pararlo y gestionar de manera efectiva estas respuestas naturales al estrés.
Aunque lo más importante de todo es que te des cuenta que ponerse roj@, es sólo una respuesta de tu organismo que quiere protegerte ante una situación que estás percibiendo como amenazante. Nuestro cuerpo está diseñado para sobrevivir y estas reacciones aunque no ayuden mucho en las relaciones sociales y/o en la percepción que tengamos sobre nosotros mismos, tienen su utilidad en términos de supervivencia.
Yo animaría a las personas que suelen ponerse roj@s en situaciones que les hacen sentir mal y esto les impide alcanzar sus objetivos, que reflexionaran en primer lugar qué es lo que quieren, para qué lo quieren y sobre todo que piensen que tienen la capacidad para gestionarlo y además qué hay técnicas que funcionan realmente bien en estos casos.
María José Fonseca Experta en gestión del estrés y autora de “Diseña la vida a tu medida” Formadora y product manager en Talent Institut