Después de que el Presidente del Gobierno de España hiciera públicas sus declaraciones de la renta, he escuchado varias voces diciendo que como ha pasado de cobrar de más de 100.000€ al mes, a menos de 50.000€ cuando pasó de jefe de la oposición a jefe del Gobierno, don Mariano Rajoy ha renunciado a poder tener una “mejor vida” para poder aceptar la responsabilidad de liderar un estado.

Esta interpretación de la situación (que no se la he oído a él, por cierto) me hizo reflexionar sobre que es una buena vida y de dónde nos viene ese concepto.

Parece ser que para algunos, la buena vida tiene una relación directamente proporcional a la cantidad de ingresos que se perciben y no tanto a como se puede aportar en un proceso de cambio en la sociedad.

Y eso me hizo pensar en lo que en mi casa siempre me habían dicho sobre estudiar. En muchos casos a los niños se los incentiva (bicicletas, vacaciones, juegos, dinero) en el estudio para que lo hagan y consigan resultados. De alguna manera, el estudiar sólo se considera un fin para conseguir algo más.

De este modo, el estudiar parece que no sea algo que por si mismo tenga un valor (y de hecho hay muchos niños que así lo perciben [me aventuro a afirmar que tener a un profesor para cada 30 o 35 niños y aplicar un proceso de aprendizaje uniformizado a todos ellos, seguramente no ayuda a que sea percibido de otro modo, especialmente cuando muchas veces ese proceso educativo tiene como fin pasar un examen o acumular buenas notas para la universidad]).

En definitiva, lo divertido pasa fuera de la escuela, y debes esperar pacientemente a que pasen las horas hasta que puedas salir al “recreo” o directamente a tu casa y disfrutar de la libertad en el exterior.

Lo mismo pasa en la Universidad y finalmente en el trabajo. Trabajar se convierte a menudo en un medio para conseguir un fin: un coche, una casa, unas vacaciones, la educación de los niños (o todo lo anterior) y requiere ser incentivado adecuadamente y muchas veces ese trabajo es evaluado bajo esa única variable.

Mis padres me decían que todo lo que hacía lo hacía para mí, y que estudiara o no, no tenía que ver con ellos, sólo conmigo. Nunca hubo premio pero tampoco castigo. La responsabilidad recaía en mí y eso al menos me hacía poner el foco en algo de dentro de la escuela. Pero seguía viendo la escuela como un medio.

Me pregunto que pasaría si los padres enseñaran a sus hijos que la escuela no es ningún medio sino un fin en sí mismo. Que la escuela es una oportunidad para aprender pero especialmente una oportunidad para desarrollar la disciplina, para ponerse retos, cumplirlos y de este modo aumentar su autoestima.

También que la escuela es una oportunidad de disfrutar de poder hacer las cosas tan bien como uno puede poniéndole todo el esfuerzo posible, y al mismo tiempo de ayudar a sus compañeros y así conseguir que todos puedan gozar de una experiencia más rica, plena y divertida mientras aprenden.

Me pregunto si entre todos convirtiéramos la escuela en un fin por sí misma, si de mayores nos enfocaríamos más en lo que hacemos y no tanto en lo que podemos obtener.