Hace unos días llegó a mis manos este espectacular video que me hizo recordar situaciones donde he intentado encontrar un sacacorchos para abrir una botella de vino. O peor todavía: las veces que he luchado contra un sacorchos…
En ocasiones, la resolución de un problema es tan simple como complejo es cambiar el modo de pensar sobre el propio problema.
Nuestro cerebro es una herramienta increíble para buscar patrones y quedarse con ellos. El entender como se van a suceder los eventos nos ofrece mucha confianza y por lo tanto, tranquilidad.
Sin darnos cuenta, cristalizamos los aprendizajes, especialmente a medida que vamos poniéndolos a prueba. El problema es que el pensar de un modo y actuar consecuentemente, va cerrando la posibilidad de tener en cuenta diferentes puntos de vista o aproximaciones.
Es decir, si yo aprendí que las botellas de vino se abren con sacacorchos, y durante una buena cantidad de intentos y tiempo funciona bien, mi cerebro va consolidando estos conocimientos y ya no “se preocupa” de buscar otras alternativas.
El problema acontece cuando no hay sacacorchos o el corcho se rompe. Si llevamos mucho tiempo con el mismo modo de pensar, este se solidifica, y el propio modo de pensar se convierte en el problema ya que no nos permite ver más opciones.
En nuestras formaciones de PNL enseñamos a las personas a aplicar el pensamiento crítico para poder poner a prueba nuestras creencias del modo que cuando ellas sean el impedimento, podamos dudar de ellas y conseguir una mejor aproximación al problema.
Preguntas como: ¿Cómo se yo que el único modo de hacerlo? ¿Quién dice que tiene que ser así? ¿Qué estoy contemplando como cierto para que esta situación sea un problema? ¿Qué tendría que pasar diferente para que hubiera una solución?¿Cómo sé que no hay más variables que no estoy teniendo en cuenta? Entre otras muchas, nos sirven para poder movernos de posiciones que no permiten la resolución del problema.
Muchos de los conflictos que nos encontramos en nuestras formaciones presentados por nuestros alumnos cuando hacemos role plays, proceden de su falta de flexibilidad para poder adoptar una aproximación diferente, un punto de vista más constructivo. Para ello, es importante estar dispuesto a dudar de las premisas iniciales, para que exista espacio para otras posibilidades.
Lo mismo pasa en procesos creativos o de innovación. Lo que creemos que tiene que ser cierto, y por lo tanto incuestionable, suele ser lo primero que nos limita hacía una nueva solución.
Cuando Albert Einstein llegó con sus nuevas teorías para descubrir el Universo su respuesta a la pregunta de cómo se le habían podido ocurrir ideas tan radicalmente diferentes fue: “Me hice las preguntas que se haría un niño”.
Dicho de otro modo, se cuestionó lo que otros daban por hecho y por cierto, y que por lo tanto, les separaba de una visión completamente diferente.
Lo que pasa es que del mismo modo que Einstein encontró muchas resistencias al poner en duda todo lo establecido, en nuestra cabeza acabo pasando algo parecido: cada vez que nos hacemos preguntas de “fondo” ponemos en riesgo patrones de ideas cristalizados y muy bien asentados en nuestra mente.
En ese momento es donde el desafío y al mismo tiempo la oportunidad de crecer hacía nuevos modelos y modos de ver el mundo.